sábado, 5 de noviembre de 2016

Txomin Badiola. Otro Family Plot. Hablando de cine...

No sé si el título de la exposición alude a la película de Hitchcock (Family Plot, 1976) o a algún comentario que la relacionara con Godard... En primera instancia, deduzco que cabría la posibilidad de que el artista y quienes le hayan asesorado tuvieran la pretensión de proporcionar al visitante una pista para facilitar la aproximación al juego de figuras retóricas empleadas por este creador, ya con muchos años de éxitos críticos a sus espaldas.
En todo caso, con gusto, me dejo envolver en la trampa ingenua o maliciosa y me siento obligado a explicar "la historia" de la película a quien no la conozca, por supuesto, sin desvelar el desenlace: una estafadora de pequeña monta y pocas luces y su pareja, un actor y taxista, reciben el encargo de localizar a una persona a quien un familiar desea dejar su herencia. Y resulta que la persona buscada es un delincuente peligroso, que pasa por ser un joyero muy respetable... En el desarrollo de la película asistimos a un conjunto de "fenómenos" que definen lo más habitual y florido en el estilo de su director: los juegos perceptivos, las coincidencias, las metáforas, las paradojas, los "arquetipos" femeninos, la estupidez de la policía, la trama freudiana vulgarizada... Como si Sir Alfred Hitchcock hubiera deseado ofrecernos una guía de recursos empleados para dosificar el ritmo narrativo, que finaliza con un guiño de la joven protagonista, tal vez concebido para materializar el epílogo dorado de una carrera excepcional construida sobre las posibilidades de manipulación y engaño propias de la narrativa cinematográfica. Al fin y al cabo, su cine, como la pintura "tradicional" en una escala menor, apenas es "otra cosa" que una magnífica colección de juegos de manipulación y engaños, construida por el ingenio de un cineasta excepcional.


La exposición ha sido concebida como es habitual en el mundo artístico de los últimos cincuenta años, a partir de valores metafísicos (esotéricos), etéreos  y, en ocasiones, contradictorios, que, en este caso, recuerdan fórmulas de especial actualidad en el contexto educativo, porque el resultado final es fruto de la generosidad "colaborativa" de Ana Laura Aláez, Ángel Bados, Jon Mikel Euba, Pellu Irazu, Asier Mendizabal, Itziar Okariz, Sergio Prego, Lorea Alfaro, Zigor Barayazarra, Leo Burge y Jon Otamendi. Según la web del MNCARS:

"Comisariada por João Fernandes, subdirector Artístico del Museo, esta muestra se centra en el problema de la forma en tanto modo particular de entender la creación artística como un proceso que incorpora su propia transgresión. Para Badiola, la forma del arte es siempre una “mala forma” que al tiempo que crea una visión niega un reconocimiento. El artista trabaja contra la cultura desmontando las condiciones de  visibilidad e invisibilidad. El dispositivo museográfico, concebido a partir de un proceso curatorial en el cual ha involucrado a otros siete artistas de su entorno más inmediato, se conforma en una suerte de texto-exposición que permite tanto la simultaneidad como una cierta linealidad, desarrollando relaciones de diálogo y referencias cruzadas entre las distintas obras. Asimismo, la lectura cronológica se complejiza mediante meta-comentarios estructurales y saltos en el tiempo que avanzan posibles desarrollos o remiten a orígenes olvidados."

Más allá de consideraciones inducidas, la exposición me ha recordado la definición que daba A. Murría en el reportaje de presentación de TVE (La mandrágora 207, año 2000) a propósito de una exposición comisariada por ella misma que también incluía obra de Txomin Badiola:

"(…) El arte hoy no habla de sexo de los ángeles, el arte hoy habla de nuestros problemas, habla de aquello que nos interesa, habla de muchos temas en los que cada día estamos inmersos los hombres y mujeres. Creo que el arte es un dispositivo fundamentalmente para la reflexión, para el disfrute, para el conocimiento, para que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, para que conozcamos mejor a los otros y para que conozcamos mejor el mundo en el que vivimos” 

No sé si la señora Murría estaba pensando en Foucault, pero la definición me parece especialmente indicada para concretar lo que se entendía por arte en aquellos no tan lejanos días y aún en los actuales, entre quienes conservan las querencias posmodernas...
Al filo de esa definición, da un poco de pena observar cómo los visitantes pasean inquietos entre las obras de Txomin Badiola expuestas en el Palacio Velázquez sin dedicar un minuto a desentrañar los juegos de asociaciones, relaciones y figuras retoricas que podrían ayudarles a desentrañar los enigmas más profundos sobre nuestra existencia y resolver los problemas que nos atormentan; ni siquiera se detienen a valorar las alusiones veladas y explícitas a Oteiza que contienen... Y eso que en algunos casos, el potencial reflexivo de las obras está particularmente claro. Por ejemplo, en la serie de imágenes y textos agrupadas bajo el título de Imaginar es malinterpretar (2006) o en Anal Capitalism 6 (2013), que, en un juego de formas geométricas, incluye la frase "Una divina excrecencia del ano de Dios" de modo apenas perceptible.
Como la gente no está dispuesta a asumir sus responsabilidades frente al hecho estético contemporáneo, es difícil imaginar que algún visitante repare en que el evento está ordenado mediante ocho áreas o secciones:

"Formas deseantes, bastardas e insatisfechas; Sobrevivir entre signos. Ser signo; Un Yo imagen, La alteridad ineludible. Todo es vanidad; Necesidades Públicas/Pasiones Privadas; El grupo, la banda y el comando; Avatares de la forma; Espacios, cuerpos y lenguaje; La frase-imagen-cosa"

Nadie me pregunte sobre el peculiar uso de neologismos y letras capitales ("titularias") ni, por supuesto, sobre el sentido de un discurso, para mí incomprensible más allá de lo obvio: testimoniar control sobre los valores "típicos" de la posmodernidad (no confundir con la post-postmodernidad). Me ha descolocado que, en las "secciones" no mencionen los términos "simulacro", "otredad", "rizomático", "complejizar", y demás lindezas del repertorio al uso.... Pero puede que el fallo sea mío por haberlos pasado por alto o por no entender que esas categorías y aún otras más abstrusas están "sugeridas claramente" para quien se detenga a reflexionar durante unos minutos.

Family Plot, Hitchcock, 1976
Salvado el guiño de Barbara Harris, me pregunto si quienes caminan en el oscuro universo de los especialistas en arte contemporáneo no se habrán dado cuenta que definiciones como la de A. Murría sobre la "naturaleza" del arte y otras implícitas en frontispicios mayestáticos, cuadran mucho mejor ante una "buena película" que ante una exposición de arte "procesual" o "post-postmoderno". Durante estos días se ha estrenado una película de Paul Verhoeven (Elle, 2016) que, sin ser especialmente brillante —Verhoeven ha firmado unas cuantas mucho mejores—, responde de modo claro a la definición mencionada y a las referencias empleadas frecuentemente en aquel universo... También en ella se ofrecen juegos entre lo real y lo aparente, entre lo convencional y las pulsiones personales, entre la vida y la muerte, entre el cariño y la sexualidad, entre lo femenino y lo masculino, entre lo explícito y los latente... Por no hablar de las propuestas metafóricas...  Porque cualquier cineasta que pretenda hacer una buena película sabe que debe hablarnos de nuestros problemas, de aquello que nos interesa, de los asuntos que definen nuestra cotidianidad; de hecho, una buena película ha de ser un dispositivo para la reflexión. el disfrute y el conocimiento; que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a los demás...

Paul Verhoeven, Elle, 2016
El hecho de que una película sea realizada mediante un "sistema industrial" y con el concurso imprescindible de un "socio capitalista" (la productora), no debería ser un factor descalificante en potencial estético, sobre todo, en nuestros días, cuando han desaparecido ciertos "prejuicios" más propios de hace cincuenta años. No quiero imaginar que "la razón" fuera la necesidad que tiene el cine de ser asequible a un colectivo suficientemente numeroso para rentabilizar la inversión. ¿Ha de se incomprensible y elitista para ser arte?
Hace años era lugar común decir que si una película tenía pretensiones "estéticas" debía realizarse en blanco y negro... Eran tiempos en los que el prestigio de El cine como arte (1932) , de R. Arnheim aún era muy poderoso. Hoy algunos "expertos" han llegado aún más lejos y repudian los guiones, tal vez, porque ellos imponen linealidad y la linealidad choca frontalmente con un concepto de arte que, en su entidad procesual, ha de diversificarse para no perder sacralidad,
Desde cuando Catherine David y otros estudiosos expusieron que el cine, junto con la arquitectura y la música, eran "las artes especificas del siglo XX", han pasado veinte años, que, al parecer, no han sido suficientes para resolver prejuicios y enmendar remilgos añejos y, por supuesto, interesados. Aún hoy muchos "expertos" continúan imponiendo —de hecho— que los "realizadores" se sometan a los principios que rigen sobre el "arte de vanguardia" (oficial), sin entender que las películas excepcionales, aquellas que se elaboraron cuidando todos y cada uno de los componentes específicos del discurso cinematográfico, de la imagen en movimiento, son obras de arte en sí mismas. Y si, por ventura, además, han atendido al compromiso con las preocupaciones sociales del momento, podrían ser valoradas —sin ningún complejo— como "obras de vanguardia", de entidad comparable a lo que hizo Picasso hasta 1940, más o menos, cuando comenzaron a realizarse películas sonoras de "grandes pretensiones". Obviamente, entre la legión de directores "pasivos", según la valoración de Orson Welles, los cineastas que merecen la consideración de "grandes artistas" no son muchos y, entre ellos, no deberían contarse quienes hacen cine sólo para ganar dinero mediante entretenimientos triviales o quienes lo realizan para obtener subvenciones avaladas por determinadas instituciones políticas y culturales...incluso, aunque sus películas acaben siendo exhibidas en ciertos museos, que ven en ellas refuerzo  —¿untuoso?—de sus propios principios.

Para finalizar, estoy obligado a recuperar el asunto principal, por mi vehemencia convertido en secundario, para preguntarme públicamente —sin doblez— por qué no han realizado la exposición de Txomin Badiola en el edificio central del MNCARS... No creo que el "singular" espacio de Velázquez Bosco se adapte mejor a su obra.

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