domingo, 13 de noviembre de 2016

La Sagrada Familia: ¿buena o mala arquitectura?

Según recogen los medios, una asociación de vecinos ha presentado una denuncia contra la Sagrada Familia ante el Ayuntamiento de Barcelona, por irregularidades urbanísticas, porque el templo no se está construyendo sin las licencias preceptivas y, muy especialmente, porque las columnas de uno de los pórticos invaden el espacio de la acera en cuantía que desborda todos los límites establecidos... En el fondo late un problema difícil de plantear en términos jurídico-administrativos: las molestias que producen a los vecinos del barrio los numerosísimos turistas que se acercan a la iglesia para contemplar el edificio más notorio "de Gaudí", ese arquitecto que, con aureola de santidad aún no reconocida oficialmente y por razones similares a las que movilizan a la gente para ver una exposición de El Bosco, de Velázquez o de Picasso, se ha convertido en un referente arquitectónico mítico. Y lo más sorprendente en este caso es que el edificio continúa en obras y así permanecerá durante algún tiempo; no obstante, como si se tratase de una catedral medieval, desde hace muchos años es posible visitarlo parcialmente por el exterior y por interior y lo que ofrece es, sencillamente, espectacular. Desde esa constatación y obviando el juego de los diferentes intereses afectados, ¿cabe imaginar que alguien, en su sano juicio, pueda ni tan siquiera plantearse si la Sagrada Familia es buena o mala arquitectura?

"Proyecto" de Gaudí
Aunque parezca una disquisición de calilos, quien tenga relación con el universo de la arquitectura (profesional) española o, más específicamente catalana, sabrá que la pregunta implica un debate viejo que, con el paso de los años, se ha convertido en un dilema envenenado, acibarado con ciertos ingredientes más o menos "tóxicos" de la actual "teoría" arquitectónica fáctica. En ese contexto, que no me atrevería ni tan siquiera a bosquejar, han de interpretarse las palabras de Daniel Mòdol, concejal del Ayuntamiento de Barcelona que, públicamente, calificó el "Templo Expiatorio de la Sagrada Familia" como una "farsa" arquitectónica, como una "mona de Pascua gigante", en ocurrencia que recuerda mucho el juicio "popular" (de popular no tiene nada) sobre el complejo dedicado a Víctor Manuel II (Altare della Patria), en las proximidades del Capitolio, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad eterna.
No obstante, según a quien hagamos la pregunta, responderá de un modo u otro. Para cualquier persona de cierta formación cultural, que haya visitado el templo y sepa cómo está valorada la obra de Gaudí en el universo mundo, dirá que es "una maravilla"; la UNESCO considera varias de sus obras "Patrimonio de la Humanidad" y, entre ellas, la fachada de la Natividad y la cripta de la Sagrada Familia. Si nos dirigimos a un católico culto, de un modo u otro, aparecerán como "factores añadisos" los componentes religiosos que acaso culminen pronto en un proceso de canonización ya iniciado.


Pero si cambiamos la orientación y nos dirigimos a arquitectos de nuestros días, las cosas podrían cambiar radicalmente, porque encontraremos profesionales que defenderán esa concepción arquitectónica y, por supuesto, también daremos con otros tantos que enseguida advertirán ciertas "pegas" de especial relevancia... La primera, casi en términos de rigor estricto: aunque sepamos que Gaudí fue un arquitecto de cualidades excepcionales, que "nadie" (por supuesto, hay quien dice con sordina lo contrario) discute, el edificio que se está construyendo apenas fue una idea difusa que materializó en un "apunte", en un bosquejo, que han interpretado quienes lo han ido concretando con el paso de los años... mediante fórmulas más o menos relacionadas con algunas de sus ideas constructivas. Desde esta constatación podríamos deducir mil argumentos que, necesariamente, se apoyarán en la carencia de "genialidad" de las soluciones aportadas: si no lo diseñó Gaudí —arquitecto genial y hombre piadoso—  es, cuando menos, discutible. Si, por ejemplo, atendiéramos a la "ornamentación escultórica", el juicio pudiera ser muy negativo...
No obstante, por encima del debate erudito, son legión quienes acuden a Barcelona para visitar las obras de Gaudí y ello produce grandes ventajas a una ciudad con vocación turística secular; de manera que si contemplamos el asunto desde ese punto de vista, nos encontramos ante una situación similar a la propiciada por las obras de Frank Gehry y Calatrava; y por supuesto, igual sucede con "El altar de la Patria". Aunque sean mayoría quienes, dentro de dichos círculos profesionales, "crean" que las obras de Gehry y las de Calatrava son "basura arquitectónica" y por mucho que se quejen los vecinos ante el "acoso" de los turistas, es indiscutible su potencial retórico y, desde luego, su capacidad para promover el interés de un público muy amplio, el mismo que hace cola a las puertas de los museos o que se desplaza 10.000 km. para  ver una "catedral". ¿Mala arquitectura? Me barrunto que, por encima de los juegos de intereses que mueven el mundo, seguimos dando vueltas a la relación entre forma y función. Pero puede que ese conflicto derive, en la práctica, en el dilema entre galgos y podencos: si el edificio debe atraer a la gente, no es mala idea encargárselo a Gehry o a Calatrava; puede que incluso sean rentables sus "clavadas", tal y como sucedió en el Guggenheim-Blibao. Naturalmente, todo cambiaría si, consultados los habitantes de Barcelona, el resultado fuera que se debe demoler el edificio; pero no creo que, en este punto, sea el caso.

La catedral de Justo hace unos años...
Obviamente, ante estas cavilaciones, se me ocurre pensar en las catedrales góticas, concebidas con objetivos similares y que algunos juzgaron propias de "godos": ¿quién discutiría hoy la calidad arquitectónica de la catedral de Chartres, aunque fuera concebida según criterios estructurales y decorativos "medievales"?... Y con cierta dosis de cinismo, en la catedral de Justo, en Mejorada del Campo. El piadoso, popularizado mediante la publicidad de un refresco, se planteó un objetivo más ambicioso que el de Gaudí: construir una catedral con sus propias manos y está a punto de conseguirlo. Y aunque ello deje sin sueño a urbanistas insignes, los problemas de adecuación administrativa son similares a los de la Sagrada Familia, con dos "matices" relevantes: la catedral de Justo aún no se ha convertido en objetivo turístico y su calidad arquitectónica es "peculiar", aunque sobre ello habría mucho que hablar... No quiero ni imaginar lo que sucedería si la catedral de Justo, de la noche a la mañana, se convirtiera en paradigma de genialidad en el muy difuso territorio de la arquitectura popular. Me pregunto si, ante los ejemplos de Bilbao y Barcelona, no se le habrá ocurrido ya a algún político emprendedor de Mejorada del Campo poner en marcha una campaña publicitaria antes de que lo haga una marca de cervezas, una entidad financiera o una asociación estético-religiosa sin ánimo de lucro. Lástima que Mejorada del Campo no sea el Milán de Vittorio De Sica.
Espectacularidad, arte, genialidad, mito, religiosidad... Puede que hayamos cambiado menos de lo que parece en 700 años...

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