jueves, 17 de septiembre de 2015

El museo Toulouse-Lautrec de Albi



Junto con la catedral determina el segundo foco de atracción turística y, francamente, merece la pena visitarlo por la interesantísima colección de obras ofrecidas, entre las que destacan, obviamente, las de Toulouse-Lautrec. Desde el punto de vista museográfico ofrece un caso más de exceso de celo escenográfico; de hecho, ofrece un amplio repertorio de lo que, a mi juicio, se debería evitar en un museo de pintura: paredes de colores, reflejos, iluminación irregular, etc. El museo está reclamando a gritos un planteamiento expositivo que, cuando menos, resuelva el problema de ofrecer al público las obras delicadas, que necesiten la protección del vidrio. Comprendo que cuando se ha de contar con un edificio “antiguo” para ubicar en él un museo, no suele haber muchas posibilidades, pero se me permitirá seguir forzando el pedal crítico para reivindicar, sobre todo, en los casos de excepcional entidad, mejores condiciones. Me parece inaceptable pagar por entrar en un museo donde es prácticamente imposible contemplar adecuadamente buena parte de las obras.
Aunque está prohibido hacer fotos, los vigilantes no ponen demasiado celo ante quienes pretenden llevarse un recuerdo.


Me hizo gracia contemplar las fotografías empleadas como reclamo publicitario: un divulgado retrato, que ofrece con claridad manifiesta las "anomalías físicas" de Henri Marie Raymond y la imagen de Toulous-Lautrec niño. Recurrir al "morbo" es una estrategia habitual en casi todos los territorios publicitarios y, por supuesto, en los medios "informativos". Y lo mismo sucede con el uso de imágenes de niños para activar respuestas emotivas. Durante estos días, los "medios de comunicación" han promovido un terremoto emotivo empleando las imágenes de Aylan en una playa de Bodrum. A nadie le pareció mal ese recurso, pero la alusión a ella en tono irónico por Charlie Hebdo ha desencadenado una reacción de rechazo generalizado comprensible desde lo visceral pero difícil de entender desde lo racional. Movilizar la opinión pública mediante la imagen de un niño ahogado en la dirección indicada desde Alemana es un recurso aceptable; para evitar suspicacias bastará con pixelar el rostro del niño y de ese modo quedará justificado moralmente recurrir a un resorte difícil de controlar voluntariamente, activado por nuestros mecanismos de preprogramación genética. Hacer lo propio mediante dibujos de escaso grado de iconicidad, alusivos al mismo drama, con la finalidad de hacer reflexionar a "la gente" es, por el contrario, inaceptable. El fin puede justificar los medios, sobre todo, si se orientan en la dirección conveniente a quienes mueven las conciencias de las mayorías...

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