jueves, 1 de septiembre de 2011

Memorias veraniegas. La abadía de Westminster


“Otros vendrán, que bueno te harán”. Acostumbrado a los protocolos de la Conferencia Episcopal española, sorprende el modo de gestionar este edificio por parte de las autoridades anglicanas. ¡Durante el recorrido, obligan al visitante a participar —activa o pasivamente— en una oración! Muchos de quienes están en el interior del templo, acaso llegados para rememorar escenas recientes del couché, se suman con gesto piadoso de buena gana, aunque no entiendan las palabras del religioso; al fin y al cabo, el hecho religioso tiene poco que ver con el entendimiento.
Me pregunto cuánto tardará el obispo de Córdoba en proponer algo parecido a quienes entren en la vieja mezquita mayor. A lo mejor no lo hace por evitar tensiones…
La abadía es panteón de ingleses célebres:  Newton, Darwin, Lawrence Olivier... Alguien malicioso preguntó a la guía si también estaba enterrado allí Oscar Wilde.
—Oscar Wilde descansa en París —repuso con altanería la guía, que más parecía sargento de caballería que señorita del Ejército de Salvación.
Y deduzco que de no ser así, también habrían depositado sus restos junto a los de Newton… ¿Para completar la galería de difuntos? Al fin y al cabo, casi todas las religiones se alimentan del miedo a a la muerte y a la contingencia...


Acaso por influjo del director del Museo del Prado o porque creen que las fotos roban parte del alma de los retratados, no dejan emplear las cámaras;  para evitar la acumulación de turistas en la entrada, restringen el tiempo de visita de los grupos… Y lo más patético: el visitante se siente observado y vigilado por una legión de “cofrades” uniformados en rojo y verde, estratégicamente repartidos por todo el templo. Sin embargo, el ojo de Atenea, que todo lo ve, pudo registrar alguna imágenes de ese gótico tan "limpio", que me resulta especialmente grato.
En la abadía de Westminster he comprendido mucho mejor las exigencias de Dawkins  por terminar con los privilegios de los colectivos religiosos, aunque acaso también él acabe allí, bajo una baldosa de mármol rojo, como trofeo de caza...

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