lunes, 6 de octubre de 2008

Por el error colectivo: La simplificación del arte.

Por Andrea López Montero
Según el artículo publicado el pasado domingo 5 de octubre en El País, parece que Vargas Llosa no puede ir más allá de la acepción del diccionario para el arte: Dedicarse/cultivar el arte: actividad humana dedicada a la creación de cosas bellas. Simplificando el valor del arte en lo meramente estético.
¿Protección excesiva ante lo económico y conceptual?
Si bien es positivo un celo hacia lo conceptual, dado que en él lo artístico es meramente discursivo (“reflexión impuesta por catálogo expositivo”), resulta cobarde, conservador, cómodo y de fácil defensa (pues aboga al respaldo popular, tratado como herramienta o utilitario) caer en la idea parnasiana del arte por el arte, por la belleza como valor único y verdadero del mismo.
Pues pareciera imposible para Vargas Llosa obviar lo económico a la hora de determinar el valor artístico, cayendo en el pozo especulativo que critica, sin distinguir entre el valor y el precio, la calidad artística por la cantidad económica a la hora de enjuiciar/vivir el arte.

Proteger el arte para el pueblo restándole el valor cultural que lo caracteriza, no es sino simplificarlo, maltratarlo, someterlo. Y quizá sea una payasada mayor este trato que el manejar el objeto artístico dentro del organismo de mercado, según el cual se rigen las actividades vitales del sistema.
El objeto artístico (que no es arte sino materialización, producto del mismo) en su calidad de objeto, y dado el contexto actual, es lógico que este sujeto a la especulación del mercado (el arte no puede estar supeditado a intereses económicos, una obra determinada sí).
Propone en defensa de su precio en el mercado, (mercado que él mismo califica como único criterio vigente), un juicio subjetivo del individuo (tenga este o no conocimiento alguno de todo lo que rodea, contextúa y justifica la existencia del arte) sujeto al gusto, que no es sino la apreciación de lo visualmente bello, equilibrado y correcto que satisface a la percepción más elemental. Defiende quizá el mercado de lo exclusivamente estético.
El hecho de que la calidad artística pase solo por el juicio subjetivo de lo estético, (de lo que colgaría en el salón) es irreal, falso, incompleto. Reducir el arte a lo bello(o de destreza artesanal) como verdadero criterio artístico es más hipócrita aun que cuantificar su calidad según el precio alcanzado en el mercado. Pues como decía Ruskin, “El artista joven que solo pinta cosas bellas olvida la mitad del mundo”.
O como dijese también Picasso (indudable genio, creo e imagino tanto para Vargas Llosa como para las instituciones tanto academicistas como contemporáneas), “El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto”, buen gusto reclamado por Vargas Llosa (sobre todo en el artículo “Caca de Elefante”)
Y si bien es cierto que puedes estar a favor o en contra de la obra de Damien Hirst en cuanto a la calidad artística se refiere, no debe calificarse esta según la situación en el mercado, así sea condicionamiento positivo o negativo. Pues resulta igual de verosímil guiarse por un medio comentado en verano y publicado en El País también, “Tanto sale en los libros, tanto vale”, donde el economista David Galenson determina la calidad de la obra de arte por la cantidad de veces que aparece reproducida en los libros especializados (obra que por cierto situaba Las Señoritas de Aviñon como el mejor cuadro, a pesar de alejarse del concepto de buena figura y necesitar previamente asimilar elementos para que sea del gusto oficial).
Ese arte histórico e irreal que menciona, la libertad del arte que sugiere esencial, cuando este en su historia ha estado delimitado por minorías y no por colectivos, con el elogio merecido de haber sabido aprovechar las fisuras de la cárcel en que ha estado confinado el arte según contextos diversos, para dar testimonio de algo más que la confesión de “modelos que ennoblecen con deseos y sueños”. Siendo además las pretensiones de Vargas Llosa obstáculos para nuevos territorios artísticos.
Dado que sus recursos de crítica caen sobre lo económico por lo artesano o establecido. El desprecio hacia la fealdad o lo estéticamente opuesto a lo asimilado por la percepción conlleva una pérdida de experiencias, vivencias, sensaciones estéticas que estas deformaciones formales tienen a bien regalarnos.
En base a qué necesidad establece valores ideales. Qué libertad le queda al arte si se cierran sus posibilidades en un canon ideal para poder determinar su calidad artística. No es sino un retroceso en la conquista de la plástica y la creación reclamar delimitaciones al lenguaje y la forma.
Es convertirlo en mero adoctrinamiento tachado de “espiritualidad” un poder divino para la vida: el nuevo Dios que se rige por las normas del colectivo, convirtiendo a este en poseedor de la verdad universal, siendo los artistas los nuevos sacerdotes que crean para la satisfacción (o idiotización, sumisión) del colectivo.
Valores ideales por el hecho de ser compartidos o confesos de un grupo cuantioso: el desconocimiento masificado establecido como universal, idóneo y correcto. Desconocimiento caracterizado por la realidad actual del colectivo. Colectivo compuesto de individuos ajenos al resto, donde el otro es herramienta para el triunfo personal, única finalidad de acción, guiado solo para un juicio perceptivo-visual desinteresado y estéril de profundizar, pues eso sería caer en el supuesto elitismo artístico que reclama un interés.
Si la experiencia artística se reduce a un mero juicio subjetivo basado en el gusto individual… dónde queda entonces el valor de integración social del arte.
Qué les queda de creativo a los artistas, con la desconfianza que su calidad de artistas deriva, si su creación ha de estar sujeta al juicio subjetivo personal ajeno, sin que para este juicio haya ningún tipo de requerimiento.
Qué sino caer en la simplificación de los valores ideales y externos caracterizados de corrección formal y de significado para ser aceptados por el colectivo. Para qué crear sino se fomenta un conocimiento, un interés, una entrega, una inquietud, una pasión, vida, duda, cuestión, si no se aporta algo propio a la obra y el encuentro directo espectador obra no es por tanto sincero. En estos aspectos el mercado pierde fuerza, y sentido.
Cayendo el arte en manos de los medios ( y siendo Vargas Llosa dictante en los mismos) trasladando por tanto ( se supedita) la opinión del individuo a las consideraciones de dichos medios, pasando la mano ejecutora de los especialista (críticos, galeristas, coleccionistas y marchantes) a los medios de masas, quedando ,a “ingenuidad del público extraviado y sometido” en manos de, en este caso, el juicio personal de Vargas Llosa (juicio simplista y cobarde) que deriva además en incentivar el odio/desprecio hacia el elitismo artístico ( hoy de carácter económico) arrastrando con él la cultura que lo acompaña y que justifica su valor real. Pues pareciese impensable, demasiado costoso y comprometido quizá, que el colectivo se integrase en la cultura y no, en cambio, que la cultura se adaptase al colectivo para ser aceptada, como sucede hoy, subsanándose para lo popular, colectivo adoctrinado, absorbido por contenidos del estilo “gran hermano” acabando así con la función del arte, con la verdadera valía del mismo, lo que lo hace esencialmente necesario y único, y siendo el arte solo decoración, acabando con él.
Pero, como dijo Nietzsche, “Sin arte, la vida sería un error”
Reduciendo Vargas Llosa el arte a la calidad estética, que no artística, (dado que esta incluye características más trascendentales que el canon o la percepción) y la destreza plástica, cualidades que hoy se hayan presentes en los objetos más cotidianos y funcionales, en el diseño y la moda, en la sofisticación de lo cotidiano, mientras que el arte domina a niveles más “espectaculares, adictivos” que lo meramente decorativo( que si bien no espiritual o sustitutivo religioso): es punto de atención para el interés, adicción al conocimiento, búsqueda o cuestión sobre la existencia, al sentir, experimentar, caracterizarnos como humanos, creadores, observadores, espectadores. Sujetos activos o pasivos que encuentran en el arte la energía que activa, y que no es solo entretenimiento estéril, sino auténtico, plagado de placeres y decepciones, sobrepasando a un individuo, una época, un pueblo, sobrepasando pues el sistema financiero y el sistema de poder dominante, atacando directamente, universalmente, atemporalmente.
Nada que ver con el entretenimiento adormecido dirigido a hacernos olvidar, ( que no cuestionar) vaciarnos de la vida diaria disfrutando en la desgracia ajena que es hoy espectáculo de masas, que exalta la necesidad del egoísmo, sin valores, no siendo el arte el veneno más peligroso, sino el sensacionalismo, bandera y arma de la manipulación actual de los medios de comunicación de masas, que satisface la necesidad de expiación de las culpas a través de los personajes ficticios, o no ,del campo televisivo( u otros medios de masas), acabando con los pocos valores realmente importantes, que en cambio incentiva la práctica artística, véase el considerar al otro, ser equipo, el querer al resto ( por cursi que pueda sonar) ,el poder crear, en el darse en lo creado.
En el artículo “Caca de elefante, 1997 El País” que menciona, dijo:” yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte”, yo he de advertir que algo anda podrido en la cultura o en sus intelectuales, que no se paran a analizar o profundizar en sus propias palabras y el efecto que estas pueden tener.
Curioso que sus personajes literarios si sean libres de las prácticas sexuales más soeces, algo lógico dado que es real y se da, y en cambio todo sean problemas éticos y falta de valores si se traduce al campo artístico plástico. Será porque el poder visual deja a la palabra en una capacidad muy inferior y no mella tan intensamente.
En cualquier caso, resulta que el dinero es hoy el único capaz de inquietar a los individuos, de sacarlos de su rutina. Vargas Llosa habla solo de lo que se vende, sin detenerse o llamar la atención sobre lo que existe al margen del mercado económico, cayendo en su propia trampa.
Por qué triste razón solo se duplican los artículos de contenido ideológico o cultural tras producirse una crisis económica. Es pues la deseada estabilidad económica sinónimo de un vacio cultural, un estancamiento.

1 comentario:

  1. el artículo de Vargas Llosa era de esperar. ¿ A quién si no iban a querer más que a él en El País ? En fin, yo sigo pensando que sólo sirve para jactarse dentro su propia limitación personal. ¿ No es increíble que más de doscientos años después de que Winckelmann muriese todavía siga tan vigente su pensamiento?

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